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CARTA DE NUESTRA CANTINERA 2022, COVADONGA RUBIO HELGUERO

Describir lo que supuso ser cantinera el pasado verano de 2022 no es tarea fácil, pero espero con estas líneas poder transmitíroslo.


Mi relación con esta preciosa ciudad bañada por el Cantábrico comienza con mis bisabuelos, y ya mi tía abuela quiso ser cantinera en los albores de la compañía. Por ello, cuando fui elegida lo fui en representación de generaciones de mujeres de mi familia. Finalmente, se cumplía un sueño.


Comenzaron los preparativos. Modista, peluquería, maquillaje y botas formaban parte de un sinfín de detalles que, aunque relevantes, no debían alejarme de lo realmente importante: el privilegio de ser una de las veinte mujeres que, junto a sus compañías, mantendrían viva la tradición de agradecer a nuestra Madre la Virgen de Guadalupe, su amparo aquel septiembre de 1638. Amparo que se hace presente en nuestro día a día.


Agosto con sus entrevistas, sesiones de fotos, ensayos, y distintos actos, te va preparando para algo que solo el día 8, desfilando por las calles de esa ciudad centenaria que has recorrido mil veces, entiendes que es mucho más grande que tú y que por mucho que intentes explicarlo, solo los que han tenido la fortuna de vivirlo pueden comprender.


También tuve la inmensa suerte de coincidir con un grupo de cantineras maravilloso, con las que me sentí en casa desde el primer día, compartiendo nervios y alegrías. Algunas, amigas que me llevo para toda la vida. Allá donde fueras, a la panadería, a tomarte un pincho en San Pedro o una copa en Uxoa, los que te reconocían te felicitaban y arropaban. El impresionante desfile de ramos y centros de flores -que aprovecho para volver a agradecer-, reflejaban un cariño inesperado que, sin duda, fue el mayor regalo.


En mi situación de opositora pensaba que iba a ser difícil compaginar todo con el estudio. Pero fue justamente esa ilusión la que me llevó a concentrarme más en mis tareas diarias para poder disfrutar plenamente de los días señalados. Esto nunca habría sido posible sin la ayuda y el apoyo de mi familia y amigos, a los que estaré eternamente agradecida. No puedo nombrarlos a cada uno, pero espero que leyendo estas líneas se den por aludidos. Merecen especial mención todas esas amigas de la familia que, renunciando en ocasiones a disfrutar partes del día, con cariño y dedicación en cada detalle, hicieron que saliera todo a la perfección y el éxito del día 8 fue, sin duda, mérito suyo.


Los ensayos eran ya emocionantes, una pequeña muestra de lo que supondría el gran día. Habían pasado dos años desde el último Alarde y ya desde principios de agosto se oían marchas practicadas por chiribitos que reflejaban la anticipación que se palpaba en el ambiente. Y así, sin darnos cuenta, llegó el 6 de septiembre y la carroza y la presentación de las cantineras nos permitieron estar todas juntas disfrutando de uno de los momentos más divertidos. Las horas empezaron a pasar más deprisa y los días parecían hacerse más cortos.


Y así, discretamente, tras la Salve y el estruendo de los cañonazos, amaneció un despejado 8 de septiembre. Al no tener que subir a la calle Mayor a coger sitio como otros años, gané unas horas de sueño y bajé a que Mónica me peinase, coincidiendo con la cantinera de Mendelu. Silencio, anticipación, nervios… Vuelta a casa de los abuelos a terminar de arreglarme, impresionada por verme por primera vez vestida entera de cantinera, y a esperar que llegase la Compañía. Son los momentos en los que tengo un recuerdo más nítido de esperar algo que sabes que va a pasar muy rápido y a lo que te tienes que agarrar como sea porque si no, pasa sin que te hayas enterado. Y ya se les oía de fondo. Salida, desayuno, abrazos con las amigas, y marchamos hacia la muralla por la Calle Donostia con uno de los amaneceres más espectaculares que recuerdo.


Calles abarrotadas de gente que se sabe tu nombre. Entre ánimos y aplausos sientes su abrazo y en el brillo de sus ojos ves como comparten esa emoción de una tradición y un voto que las gentes de Fuenterrabía deciden renovar cada año. Y sin darte cuenta estás ya montada en el autobús camino a Guadalupe intentando entender lo que has vivido. Un cúmulo de emociones en los que se impone una alegría y te impide dejar de sonreír.


Nunca había estado en la misa de Guadalupe, momento central de este día como nos recordó el párroco, y es preciosa. Banderas a los lados, y los hacheros flanqueando el altar. Momentos de silencio y solemnidad antes del repicar de las campanas que anuncian nuestra salida a la campa, donde la sidra lleva ya un rato corriendo. Ahí tuve unos minutos para abrazar a familia y amigos antes de volver a formar para desfilar y presenciar la descarga más bonita del día.


Tras unas horas de descanso y tomar un buen trozo de mi tarta preferida por mi santo, la txapela de Hawaii, llega la tarde y todas las compañías se reúnen de nuevo. Recuerdo encontrarme allí con dos de nuestras cantineras, Leti y Carlota, que me insistieron en disfrutar: “¡Olvídate de los pololos Cova! Todavía queda lo mejor”. Aprovecho para agradecer a las cantineras de la compañía, a las que me une ya un vínculo muy especial, su cariño y consejos.


La tarde me sorprendió ya que pensaba que la impresión de subir la Calle Mayor por la mañana era insuperable. Pero San Pedro tiene algo diferente, menos solemne, pero más familiar, que la hace muy particular. Se junta la emoción contenida de las señoras mayores que tienen ya muchos Alardes a sus espaldas, con la alegría de las niñas vestidas de cantineritas. Las palabras que nos dicen cuando somos elegidas cobran más sentido que nunca: “Comprometerse a respetar, defender y proteger el Alarde de Hondarribia, tal y como lo hemos recibido de nuestros predecesores, y conforme al sentir del pueblo hondarribitarra, legarlo a las generaciones venideras”.


Finalmente llega la calle Mayor, una subida en la que no oyes nada más que los gritos y aplausos de cientos de personas que te impulsan hacia la Plaza de Armas. Se está terminando el día, pero no hay ningún atisbo de tristeza, porque todos los que vivimos esta fiesta sabemos que es un tesoro que nos transmite la más sincera de las alegrías. Y así es el Zapatero, un “rompan filas” donde prometemos a la Virgen volver un año más.


Volvemos a Urkia Enea para celebrar la fiesta, y acompañada de cantineritas que saludan felices, solo podía pensar en lo agradecida que estaba. Nuestro primer teniente me miraba y me decía: “¡Esto es espectacular!”. Gracias a todos los integrantes de la compañía que desfilaron ese día; a la música que sonó espectacularmente bien; a los veteranos que me escoltaron con tanto cariño; al Capitán y mandos que tanto me cuidaron; a mi padre, hermano, primo y tíos que me acompañaron; especialmente a mi madre, que trabajó hasta el más mínimo detalle junto a mis tías; y a todos los que hicieron de este día uno de los más felices de mi vida.


¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Viva Fuenterrabía! Y ¡Viva la Compañía Mixta!


Un abrazo muy fuerte a todos,


Covadonga Rubio Helguero

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